El gran día de Luis Miguel Villalpando comenzó la tarde anterior cuando en el Ayuntamiento de la localidad terracampina se le brindó un emotivo homenaje en forma de coloquio donde se repasó toda su vida reflejada también en una preciosa exposición. Los sentimientos se disparaban cada vez que uno de sus toreros lo definía, pero aun quedaba el plato fuerte del festival...
TOREO DE CANTE GRANDE EN HONOR DE LUIS MIGUEL VILLALPANDO
Como no fue un festival al uso, no podría hacerse una crónica al uso de lo acontecido en la plaza de toros de Villalpando. No hay palabras o lo mismo es que se quedan cortas. Lo de menos eran los dos tercios de plaza o el calor plomizo de la Tierra de Campos zamorana que apretaba sin piedad en los tendidos de sol. Lo de más, el homenaje sincero a un torero de plata y de mucha ley, Luis Miguel Villalpando, y la magia, el milagro del toreo eterno que se encontraron los aficionados en una especie de viaje a través del tiempo. Hoy, 24 horas después, podría decirse que fue un sueño.
Era la plaza de Villapando, una plaza pequeñita, pero la ovación de recibo, cuando los tendidos obligaron a saludar a Luis Miguel Villalpando sonó como suena Las Ventas cuando ruge en mayo y la emoción reseca las gargantas. El toreo reside donde viajan los sueños y la plaza villalpandina era ayer una amalgama de sentimientos que se podían tocar, oler, palpar. Y el aire traía alegría y ecos de otro tiempo.
A Luis Miguel Villalpando, que regresaba a los ruedos de forma puntual para el homenaje, le tocó en suerte un novillo, el que cerraba plaza, de pulsear mucho, aunque el de plata, fiel a su concepto asentado y de ligazón, apostó por lo que tan bien ha interpretado y sabido transmitir, lo que le costó un susto y alguna apretura en una faena instrumentada con la mano zurda. "Como es el último, os lo brindo a vosotros", le dijo a su familia. Y toreó, después de manejar el capote con suavidad y pureza en el recibo, con una media de esas que todavía no ha terminado. Y anduvo en torero al natural y hasta para pedir el cambio de tercio acariciando, haciendo bucles con el aire. Habían escrito su nombre en la arena y él, generoso como siempre y sobrio en el gesto, besó la tierra que le vio nacer, que ayer le cabía en el puño de la mano.
Podría decirse que fue un sueño porque desandamos el camino de la memoria y asistimos a una lección magistral del toreo profundo e infinito de Antonio Sánchez Puerto, que lleva la torería en los modos y en las formas, en la colocación, en los latidos, en el poso sabio que da el oficio y que resucitó una tauromaquia que ya no se ve en las plazas. Toreo caro y sin tiempo, con sabor y aroma de torero de pies a cabeza, sentado en la silla del tiempo. A éste habría que pasearlo por plazas y escuelas para que los que quieren abrirse paso en el toro sepan de qué va esto y lo sientan en las tripas, en las yemas de los dedos, en la cintura, en las plantas de los pies. Cante grande, de soleá, que casi duele por dentro. Toreo de paladear, cerrar los ojos y seguir soñando, porque fue verdad el toreo soñado o acaso fue el sueño de una tarde de junio en el corazón de Tierra de Campos.
Y como la tarde ya estaba disparada, vino Diego Urdiales, Diego Verónica, y le enjaretó tres lances al segundo que de repente se paró el tiempo, y ya no hacía calor, ni sol, y dejó de ser sábado o no importaba. Diego Verónica Urdiales sosteniendo en sus muñecas la inmensidad azul del cielo del páramo, como diría Pablo García Mancha. Era el suyo un novillo dormido, incierto (un cabroncete, dicho en cristiano) y Diego le enseñó sus credenciales de torero exquisito y sublime, que se sabe y se siente, y firmó pasajes de mano baja, temple y mando, dándole y dándose importancia. Porque Urdiales es de los que te hacen decir "joder, cómo torea el tío este", y te quedas tan agusto porque si no lo sueltas revientas. Diego Urdiales, el de Arnedo, que lo mismo no vino a Villalpando y son un sueño esas verónicas dejando para el arrastre los relojes en su capote prodigioso.
El tercero era un novillo con pies y recorrido, y Tejela echó mano de raza y repertorio, trazando naturales de calidad en la tarde redonda, la de los sueños cumplidos y el homenaje de corazón a quien fue su subalterno, su amigo y también su mentor.
Un homenaje que terminó con los cuatro toreros a hombros, cabalgando sobre los sueños de una plaza pequeñita de un pueblo pequeñito donde se interpretó el toreo de cante grande. No hay palabras.
Porque eso, así, sobre el papel, vendría a ser algo así como "Dos tercios de entrada en tarde calurosa. Antonio Sánchez Puerto, dos orejas; Diego Urdiales, dos orejas; Matías Tejela, dos orejas y rabo; Luis Miguel Villalpando, dos orejas y rabo. Se lidiaron novillos de Sánchez Arjona de buen juego en general".
Y esto, me van a perdonar, no dice nada. No hay palabras. Y si las hay se me quedan cortas, lo mismo porque todo fue un sueño. Pero cierro los ojos y hoy lo recuerdo como si en realidad lo hubiésemos vivido. A lo mejor es que fue así.
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