El alma de Diego Urdiales es un alma errante, un alma escurridiza, un alma leve repleta de aplomo, un alma gélida en mitad de un volcán incandescente, un alma inquebrantable que se viste de torero cada vez que su dueño pisa el ruedo de una plaza de toros para honrar su profesión.
Ayer fue en Madrid, en la Feria de San Isidro donde Diego Urdiales volvió a mostrar su alma. Ayer Diego Urdiales volvió a torear en Las Ventas, con todo lo que eso implica para él. Encajó los riñones asentado sobre las zapatillas y paró al de Adolfó Martín, lo templó con la panza de su liviana muleta y lo mandó girando sobre la cintura y llevándolo con los vuelos hasta el infinito y más allá. Parar, templar y mandar... dicen que son los cánones del toreo moderno, pero Diego Urdiales aún se remontó más en el tiempo ya que todo eso lo ejecutó con una torería tan añeja y con tal dosis de pureza, que cada serie de muletazos ya fuesen ligados o de uno en uno contenían un pasaje robado a la historia del toreo y en cada latido aparecía un pedacito del alma de Rafael de Paula, Pepín Martín Vázquez, Rafael Ortega o Curro Vázquez entre otros.
No pudo rematar su faena al quinto con la espada ya que pinchó arriba, pero los calificativos que se podían escuchar después de su actuación seguro que hacen que el alma errante, escurridiza, leve y aplomada, gélida e inquebrantable de Diego Urdiales se encuentre en estos momentos totalmente satisfecha con lo que su dueño ha sido capaz de conseguir en la primera plaza del Mundo, Las Ventas... torear.