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Volvía Diego Urdiales a vestirse de luces en Alfaro tras el indulto de Peleón, toro de Fernando Peña con el que triunfó a lo grande la pasada feria de San Roque, pero su primer oponente un toro de Caridad Cobaleda que arastraba literalmente los cuartos traseros, ya dejaba presagiar que la tarde no transcurriría por los mismos derroteros. Imposible fue la lidia de este toro, siempre defendiéndose y tirando cabezazos, pero aún así el riojano consiguió componer algún muletazo de gran calidad sobre todo por el pitón derecho.
Igual de imposible parecía su segundo, también del hierro titular, parado cual Guisando, pero Diego se empeñó en exprimirlo hasta el punto de dejarlo prácticamente sin voluntad, arrebatándole cada muletazo como el que extrae agua del desierto, quizás algunos no entendieron el tesón del arnedano, pero Urdiales no quería ni podía irse de su plaza de Alfaro sin dejar constancia de que lo había intentado todo. Los mejores momentos llegaron con la diestra sobre todo en una tanda a media altura plena de temple y gusto, lo intentó al natural pero el toro se lo pensaba demasiado. Terminó por bernardinas muy quieto y barriendo los lomos del de Galache con su muleta. Mató de manera contundente, tirándose recto y dejando una estocada entera de efectos fulminantes que ya de por sí valía una oreja. La presidencia otorgó la segunda y Diego un año más abandonó el coso de La Florida a hombros por la Puerta Grande, saludando con el alma a su amigo Luis Pérez inmortalizado por siempre en un precioso mosaico colocado en el patio de caballos.
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