Wednesday, 18 March 2015 06:30

DIEGO URDIALES EN VALENCIA; LA SUTIL NATURALIDAD DE UN ARTISTA

Foto: Carmelo Bayo Foto: Carmelo Bayo Foto: Carmelo Bayo

Diego Urdiales pisó ayer la arena del coso de la calle de Xátiva con la sutil naturalidad de un artista, para interpretar el toreo puro que le brota del alma pero sin olvidarse del aplomo y la firmeza que le permiten seguir transitando esos terrenos en los que habitan los miedos y por los que deambulan los triunfos de cante grande.

Y de cante grande pudo haber sido la tarde de ayer en Valencia si los dos de Alcurrucén que le tocaron en suerte al torero de Arnedo no se hubiesen quedado en mitad de la nada, a su primero noble y mansurrón lo acarició por naturales en tres tandas que hicieron vibrar los helados tendidos y a su segundo de similar condición le fue ganando terreno hasta exprimirlo por ambos pitones antes de recetarle una estocada hasta la bola en todo lo alto que incomprensiblemente no sirvió para hacerlo doblar.

Fueron muy jaleados sus dos inicios de faena con ayudados por bajo y su recibo de capote al que cerraba plaza donde brotaron verónicas mecidas y cadenciosas rematadas con la media en el mismo centro del anillo.

 

ASÍ LO HAN CONTADO

 

Paco Aguado. Agencia EFE:

"...temple, medida y ritmo en los sueltos vuelos de la muleta, siempre con aplomo y naturalidad en la figura y sin salirse de la línea de fuego. Fue así como, sobre todo con  la izquierda, sacó muletazos limpios de esas medias arrancadas a las que él mismo daba intensidad acompañándolas gallardamente con el pecho.

De menos a más los dos trasteos, y precedido el del sexto de un buen toreo a la verónica, Urdiales consiguió así lo más difícil, pero perdió trofeos en ambos turnos por su falta de contundencia con la espada."

 

Carlos Ilián: MARCA:

"...Diego Urdiales que cada vez crece en su capacidad de torero cabal, que atesora las claves de la mejor tauromaquia, sobre la base de la pureza, el valor y la firmeza. Ayer dio una auténtica lección en sus dos toros venciendo la embestida morucha de ambos con una suficiencia pasmosa.

Por ejemplo, en su primero se plantó en el terreno donde o embisten o te arrollan y así consiguió meter al morucho en la muleta. Y casi calcado, pero con más mérito, si cabe, su faena al sexto, que además tenía mucha guasa. Hasta consiguió soberbios naturales de donde no se podía sacar otra cosa que algún telonazo. Pudo cortar una oreja en cada toro, pero, ¡ay!, otra vez esa espada, hombre Urdiales."

 

Pablo García-Mancha. La Rioja:

"...sobrio, firme, mandón, poseedor de todas las sutilezas, de aromas impropios del toreo contemporáneo, toreo antiguo, de muñecas desmayadas, de imperiosas necesidades de sentir lo que hace en cada lance, casi a cada paso, a pesar
del frío, de los cohetes, de las prisas, de los toros ruinosos.
Todo en él es un alegato contra lo preconcebido; el valor de lo imprevisible es la magia de su toreo,
huérfano de cualquier atisbo de impostura. Salió con la muleta y se puso a torear al primero de su lote por
abajo, doblones iniciales como surgidos de una nebulosa pero dichos con tal naturalidad que parecían,
por su asombrosa profundidad, nacidos de otro tiempo, casi imposibles, como si flotara el toreo por
encima del propio toro, un animal sin clase alguna al que dibujó la faena más hermosa de la tarde y de
muchas tardes. Diego siguió con la mano derecha en dos series de trazo limpio, sin obligar al toro para
mantener su resuello a la espera de lo que tan sólo él sabía que estaba a punto de suceder. Tomó la
franela con la mano izquierda y comenzó a brotar la luminosidad del natural interminable: la tela casi
muerta, adormecida, pegada al albero. La colocación acentuada en el sitio pero sin la más mínima
afectación, el vuelo, los vuelos, el engaño en los belfos y el viaje consumado en tres series
impresionantes, mecidas por el rumor del toreo más clásico, más desusado; el toreo jondo, el toreo que
en la actualidad está en las manos de dos o tres elegidos..."

 

Marco A. Hierro. Cultoro

"... A Diego no le invaden las urgencias ni cuando se ve fuera de las ferias ni cuando sale su nombre tres veces en el mundial del toreo. El punto en que se mueve el toreo hoy se apoya en las bases sobre las que se cimenta Urdiales, y él sabe que su momento sólo llegará con su verdad. Esa sincera receta nace de la profunda necesidad de expresión con la que pare el toreo, natural como la sonrisa de un niño, profunda como la mirada de un anciano y sincera como la indiscreción de un borracho. Hay miles de artistas y miles de disciplinas, pero el niño que hoy comienza a entender el toreo quiere ser Urdiales. Y yo, con cinco lustros menos y más vocación, también lo querría ser.

Le propuso al tercero con la seriedad del lidiador añejo para imponer su ley sin perder la torería. Genuflexo en el inicio, templado, macizo y convencido de que para encontrar el tesoro sólo existe un camino. Diego traza con el pico abajo, el mentón en el pecho y el pecho al frente, desnudando siempre las muñecas de violencias defensivas para no tener lastre en la entrega. Le metió la panza en el morro al buey sin clase ofreciendo los frentes como si todo acabase hoy, muriendo en el natural con el vuelo terso, limpio y desprovisto de artificios para tapar los defectos. Asume Diego esa pureza como la única vía para decir su verdad, por eso no descompone ni el gesto cuando le suelta puñetazos el buey protestón.

También le protestó el sexto con el disparo cobarde en su acucharada cuerna. Lo mitigó Diego por abajo, doblando en torero el lomo largo y recto, castigando el mal estilo del chorreao mansurrón. Y a torear. O a intentarlo al menos. Porque no busca Diego la pirotecnia tan propia de esta estación y esta tierra. Diego hunde en la arena su menuda anatomía, la ofrece con la verdad colgando del fleco que mete en el morro y traza con la fe ciega del que sabe que no vale el triunfo si no se consigue muriendo por una idea. Aunque se aflija el mulo, le regale gañafones y no se quiera morir tras la estocada. No estaba en las orejas el premio de hoy, porque habrá algún niño en la escuela que llegaría a casa diciendo: "Mamá quiero ser Urdiales"."

 

Zabala de la Serna. El Mundo:

"...Diego Urdiales encarna otro tiempo del toreo, una época pasada de la historia. No sé cuál. Pero te reconcilia con la actualidad. No contó con toros para la gloria y sin embargo el poso de la gélida tarde fue suyo. Gélida de bravura y torería. Sólo Diego de Arnedo dejó sabor. Como en las dobladas con el tercero inexpresivo, distraído y sin cuello de Alcurrucén. No había morfología para humillar ni con los doblones de categoría de Urdiales. Pero en su media altura lo interpretó la mar de bien. Un buen acompañamiento de cintura por la derecha y sobre todo esa cosa magnífica de torear sólo con los vuelos de su izquierda. Los naturales de pureza dormida se traían al toro por su vereda. Muy puro, asentado, el medio pecho ofrecido. Un gozo muy sencillo y muy difícil. La expresión sepia de un ayer diferente. A pies juntos y enfrontilado remató más en Manolo Vázquez que en Andrés Vázquez, con el respeto y las diferencias entre los dos maestros. Y así sonaba a campana y bronce de trofeo que la espada chingó.

Para cerrar su lote y ya la noche helada, se apareció un alcurrucén acodado, cinqueño, bruto... Urdiales le dibujó algunas verónicas y un poderío de prólogo genuflexo que no rompió hacia delante la embestida de la bestia."

 

Patricia Navarro. La Razón:

"...sacó agua de un pozo seco y lo hizo por partida doble. Da gusto verle andar por la plaza y mantiene impoluto un embroque con el toro fuera de lo común y ajeno a la órbita soñada del toro bueno. El que cerró plaza, por poner un ejemplo, era toro serio a rabiar, hondo, largo, hecho y rehecho. Y lo era en fondo y forma. Cantaba la edad, cinco años y medio, por su manera de estar por la plaza. No daba arrancadas en balde. Manseó despavorido después del primer muletazo de Urdiales, y ajeno al mundo recorrió tres cuartos de plaza. Las huidas cada vez fueron menos, pero no mejoró esa arrancada desalmada, de medio viaje sin rumbo y atacando con violencia. No hubo lugar a la faena rotunda, pero en los detalles residía la grandeza de un torero capaz de taladrarse a la arena, de componer en el embroque con una pureza bestial pasara lo que pasara después. Y luego ocurría que muchos pases morían en el derrote del toro, violento, brutote y basto en el viaje, y otros, sobre todo los que dio al natural, lograron el milagro del temple. Y parecía imposible el toreo con ese percal. Los pies, los talones sobre el albero de principio a fin, esos pequeños matices en los que se sustenta la tauromaquia y la hacen grande o vulgar, heroica o ventajista. Se le atravesó el descabello, que no la torería, y tampoco manejó a las mil maravillas la espada con el tercero del festejo. Pero sí encontramos la misma verdad con el tercero, sólo cambió la brusquedad de ese sexto por un Alcurrucén paradote y deslucido. Aun así, en un auténtico ejercicio de pulcritud y buen concepto, le robó al toro algunos naturales que le situaban de nuevo en el mapa con remates tan estéticos como toreros."

 

Jorge Casals. Aplausos:

Gustó el concepto y el buen toreo de Diego Urdiales en sus dos toros. El tercero, también frío de salida, embistió después en la muleta con nobleza aunque sin mucho celo. La pastueña embestida le sirvió a Urdiales para mostrar su buen concepto del toreo. El riojano dejó muletazos de gran categoría y bonita expresión, toreando con gusto y cintura rota. Perfecta la colocación y la manera de citar. Todo muy puro y de verdad. Lo mejor llegó con el toreo al natural. La espada le dejó sin premio. Pinchó antes de dejar una estocada, que requirió de la cruceta.

Importante actuación la de Diego Urdiales frente al sexto, un toro nada fácil de estar delante, que no se empleó en ningún momento. Desclasada su embestida. Muy convencido y seguro estuvo el torero de principio a fin. Muy bueno el toreo a la verónica, encajado y reunido. Hubo firmeza con la muleta, donde tapó los muchos defectos del toro. Todo lo que hizo tuvo torería y elegancia, siempre fiel a su concepto vertical y puro. Dejó algún natural desmayado de bella factura. Mató de una buena estocada.

 


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