Diego Urdiales se volvía a vestir de luces después de la cogida del pasado 29 de junio en Soria, y ya desde el mismo momento en que el torero riojano pisó la arena de la coqueta plaza de Huesca para recibir a su primero se pudo comprobar que ninguna secuela había dejado dicho percance ni en su cuerpo ni en su alma inquebrantable. Un toro al que primero templó y luego obligó en una faena firme y asentada en la que Diego desplegó hondura y despaciosidad, sobre todo al natural, llevando siempre al Victorino muy embebido por abajo en los vuelos de su liviana muleta e intentando en todo momento alargarle más el viaje. Pinchó Urdiales antes de dejar una estocada tendida que rematada con el descabello, perdiendo así un premio seguro y merecido. El público de Huesca supo valorar su actuación sacándolo al tercio para otorgarle una gran ovación.

Si firme y seguro se había mostrado Diego Urdiales en su primero, la misma sensación pero acrecentada se pudo percibir con su segundo al que de salida le robó dos verónicas efímeras antes de rematarlo por bajo en los medios, pero el Victorino dejó claro muy prontito su excasa condición, andarín,  gazapón y muy complicado de lidiar. Diego volvió a asentar las zapatillas en la arena y a presentar sus engaños por derecho, siempre muy cruzado y jugándosela de verdad en todo momento consciente de que de la deslucida embestida del Victorino el único trofeo que iba a poder conseguir era la íntima sensación de  que una tarde más había sido capaz de habitar por terrenos imposibles con la misma verdad con la que le sigue siendo fiel a su propio concepto y a su propia dignidad inquebrantable de torero.