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Monday, 25 March 2013 08:03

TAN LEJOS Y TAN CERCA: Domingo de Ramos

Cada vez que a Diego Urdiales le sale por la puerta de chiqueros un mastodonte de más de 640 kilos, a todos se nos viene a la memoria aquel "Dormidito", ejemplar de Carmen Segovia al que Diego le cortó una oreja un 13 de mayo de 2008 en su dubut como matador de toros en la Feria de San Isidro. 645 kilos pesaba "Dormidito" pero escondía en su anatomía de tren de mercancías, la bondad y la clase suficientes como para que un torero que se jugaba su porvenir ese día, dejase su tarjeta de visita cortándole una oreja, una oreja basada en los argumentos del clasicismo y la pureza que envuelven su toreo.

Aquel 13 de mayo de 2008 queda lejos en el tiempo, pero cerca en el recuerdo, un recuerdo de similar apariencia, pero de distinto contenido, si "Dormidito" dentro de su gigantesca anatomía encerraba embestidas dulces y vibrantes, "Abatido" remiendo de Torrealta con 647 kilos de peso, no pasó de ser un toro noble y sin fondo, que embistió boyante a los capotes en banderillas, pero al que le costó un mundo mover su masa muscular sobre el piso plaza de las Ventas una vez a solas con el torero. Diego hizo un esfuerzo enorme para estar delante de aquella mole e intentó con los mismos argumentos, porque no concoce otros, con los que le cortó aquella oreja a "Dormidito" hace un lustro,  hacer lo propio con "Abatido", pero las series no acababan de coger vuelo, Urdiales esperaba al burel con su muleta planchada, con los vuelos por delante prestos para ligar los muletazos clavado como una estaca a la arena mojada, pero se encontraba una y otra vez con embestidas bruscas y arrolladoras que a la tercera pasada buscaban los muslos del de Arnedo, y no por la condición innoble del burel, sino porque a Diego le cuesta un mundo sacar ventaja de una embestida por muy mala que ésta sea y mandarla para afuera. Mediada la faena Diego cambió de mano, como quien quiere cambiar de vida y fue capaz de robarle dos series de naturales de gran belleza y profundidad, tras la primera, el toro apuntó con su mirada a tablas y tras la segunda, una vez que se vió podido, las buscó sin pudor. Después ocurrió lo que le viene pasando a Diego desde éste principio de temporada, que la espada se le atasca, fue media la que se tragó "Abatido", media que dada la hondura de carnes del animal, apenas hizo mella por lo que necesitó de varios golpes de verdugillo más allá del segundo aviso para deshacerse totalmente de él.

El que abría plaza y temporada venteña fue, un Torrestrella jabonero de capa de 524 kilos, muy protestado en los primeros  tercios,  con el que Diego también realizó un esfuerzo supremo a sabiendas que cualquier cosa que realizase ante el único que lidió de la ganadería titular, no iba a tener repercusión alguna en los fríos y despoblados tendidos de Las Ventas. El toro nunca tomaba la muleta por derecho, unas veces se metía por adentro, otras se lo pensaba demasiado, otras se quedaba a mitad del viaje, en definitiva, informal e incierto su comportamiento, Diego no pudo más que estar firme con él y no dejarse ganar la partida, que aunque pueda parecer escaso premio, dadas las circunstancias de la tarde y lo que esperaba en chiqueros, ya era un gran logro.

Dos toros más en Madrid y la sensación de que aquel "Dormidito" de 645 kilos de la ganadería de Carmen Segovia, no queda tan lejos en el tiempo, ya que Diego Urdiales cada día se parece más a si mismo y que por muchos toros "Abatidos" que le toquen en "suerte" en su vida, nunca renunciará a sus principios fundamentales, que se basan en el toreo puro y en el clasicismo de sus formas. Por eso ayer Domingo de Ramos en Madrid a Diego se le volvió a ver tan lejos y tan cerca de su única verdad.


 

ASÍ LO VIERON:

JORGE GUEVARA; Opinoonytoros.com

A Diego Urdiales lo vimos muy sereno ante el toro que abrió la temporada, pero el Jabonero sucio del hierro de Torrestrella, bautizado con el nombre de “Veranito”, no se prestó para el lucimiento del riojano, primero por su poca fuerza y luego por su sosería, encima molestó mucho el viento, menos mal que Diego no se entretuvo mucho con su oponente, escuchó palmas por su disposición y esos dos pases carteleros con la franela, una trinchera con la diestra y una trincherilla con la zocata.

Su segundo un toro como un armario del hierro de Torrealta de nombre “”Abatido”, -a penas pesó- la friolera de 647 kilos, muy serio de cara pero con poco recorrido, el de Arnedo estuvo firme, seguro de si mismo y decidido con ambas manos, teniendo una buena actuación, atascándose con los aceros y escuchando dos recados desde el palco.


DANIEL VENTURA; Mundotoro.com

Para entonces, Diego Urdiales ya había puesto fin a su ‘pelea’ con el cuarto, un hipertoro, abierto, gordo, anchísimo de pecho y culata. La Troika se habría pensado mucho meterle la mano en la cartera a ese, pero Urdiales quiso y esperó que se atemperase. No ocurrió: el toro pasó de mover galopando sus 650 kilos a pararse y ni tomarla. Entre una cosa y otra, el riojano le robó alguno con la seriedad que caracteriza su toreo. La misma pauta de profesionalidad había tenido que seguir con el que abrió plaza, de volumen más razonable pero igualmente deslucido. A veces ‘la quita’ no es en la cartera, sino en la suerte.


SIXTO NARANJO; Cope toros

Mal había comenzado el festejo con un toro en exceso flojo y descastado de Torrestrella. Esfuerzo baldío de un Diego Urdiales que pasó mucho tiempo en la cara del toro, que embistió siempre descompuesto y sin una brizna de clase. Trasteo largo y de escaso lucimiento el del riojano.

Mucho tiempo estuvo Urdiales en la cara del cuarto, primer remiendo de Torrealta. Toro pesado y con cierta nobleza que sin embargo se aplomó pronto. Extrajo  muletazos de buen corte por ambos pitones pero el trasteo de Urdiales nunca cogió vuelo. Incluso llegó a sonar un aviso antes de montar la espada.


PACO MORA; Aplausos

Diego Urdiales abrió plaza con un toro jabonero de Torrestrella que se defendió sin emplearse por ninguno de los dos pitones, metiéndose por dentro además. No dio opciones de lucimiento al riojano, que anduvo digno con él dejando sólo algún atisbo de su buen concepto como en un trincherazo instrumentado por el pitón izquierdo. Pinchó y fue silenciado. Brindó la faena a Antonio Briones, ganadero de Carriquiri.

Un tren de Torrealta saltó en cuarto lugar, derribando de salida al picador Manuel Burgos, que cayó debajo del estribo. Embistió largo, con alegría y buen tranco el animal por los dos pitones, si bien le costó mover su pesada anatomía en el último tramo de la faena. La buena condición del ejemplar fue aprovechada por momentos por Urdiales dentro de una labor con altibajos, falta de redondez y en la que la lluvia volvió a hacer acto de presencia. Marró con los aceros.


ISMAEL DEL PRADO; La Razón

Con uno de ellos, el cuarto, torazo de casi 650 kilos, Diego Urdiales se mostró firme en una labor a la que le faltó algo de pausa. Intermitente trasteo que tuvo al natural sus mejores pasajes antes de que se apagara sin remedio.

Antes, el arnedano rompió plaza y estrenó el curso con «Veranito», un precioso jabonero a cuyo nombre no le faltaba guasa, pues estaba en las Antípodas de la tarde: ventoso frío y nubarrones de lluvia. Tampoco aportó más claros el animal, justito de fuerzas. Urdiales lo intentó por todos los medios, pero se quedaba muy corto en la franela. Cada vez más orientado, las coladas fueron a más y el riojano optó por no prolongar el sinsentido.


MARCO ANTONIO HIERRO; Cultoro.com

El jabonero abreplaza no tuvo motor para mover su basta fisionomía, lo que le hizo soltar la cara, quedarse debajo y hasta venirse por dentro con los pechos por delante. Mérito de Urdiales para consentirle de uno en uno y robar naturales de muy buena fábrica.

Pronto se fundió el brío del negro Torrealta cuarto, tan grande como bien hecho y humillador, con el que dejó Urdiales puro concepto, seco valor y tres tamdas al natural con el toro por dentro de ussía y profundo trazo. Alargó la faena por coraje y dejó media estocada sobre el primero de los dos avisos.


PABLO GARCÍA-MANCHA; Diario La Rioja

URDIALES COQUETEA CON LO IMPOSIBLE
Diego Urdiales vuelve a estrellarse en Madrid
ante dos toros que no le dieron las más mínimas
opciones de triunfo
MADRID.
Ni el jabonero ni el galafate; ni el primero ni el cuarto, ni el de Torrestrella ni el de
Torrealta, ni al que protestaron de salida por su poca presencia, ni con el que gritaron ¡ohhh!
por su imponente anatomía de cinqueño revirado con dos velas y 650 kilos de envergadura.
Dos toros más inservibles para Diego Urdiales en Madrid y a este cronista ya se le ha
olvidado el número de animales imposibles con los que ha pechado en Las Ventas sin la más
mínima oportunidad de triunfo. Es desesperante; sí, pero de este color viste la cruda realidad
de su paso por Madrid en las últimas temporadas, sabor de hierba seca en la garganta, de
copazo de coñac de madrugada, de saeta final de Semana Santa. Era Domingo de Ramos, la
primera corrida de la temporada en el foro, aquello de que cuando casi nadie lo espera va la
liebre y salta. Pero no. Ésta es la historia de una desesperación, de un desencuentro entre un
torero y su porvenir, entre los sueños nocturnos de naturales infinitos y la crudelísima
realidad de lo imposible. Un aserto a la incontinencia, un canto final a la nocturnidad y
alevosía. Debe de haber toros que embistan, seguro. Pero a Diego Urdiales parece que se la
prohibido catarlos. Ni por asomo le mete la cara uno media docena de veces para demostrar
que es torero y que se viste para triunfar.
La corrida nació destrozada casi desde por la mañana, cuando se confirmó que no iba a
lidiarse completa y que algunos de los toros titulares se habían salvado por la campana de
los veterinarios. Se remendó con dos ejemplares de Torrealta, el cuarto, lidiado por el riojano;
y el que hizo sexto, una prenda que le correspondió a Antonio Nazaré, quien con el primero
de su lote había dibujado una interesantísima faena -a todas luces de oreja- que el presidente
le arrebató de una manera injustificable.
El primer astado del riojano, el jabonero de Torrestrella, se vio que no tenía faena casi desde
que pisó el ruedo. Se salvó por su pelaje de las airadas protestas del ‘7’, se le cuidó en varas
con mimo y, sencillamente, se negó a embestir. Cuando perseguía el engaño de Diego lo
hacía a tarascadas, metiéndose por dentro y cabeceando con un incómodo calamocheo.
Urdiales lo intentó por ambas manos, dejó un trincherazo de bella factura, se colocó entre los
pitones y acabó pasando sin pena ni gloria ante la infumable condición del bichejo. Dos
pinchazos, una media y varios descabellos rubricaron su actuación.
El cuarto causó admiración porque parecía un transatlántico: de la proa a la popa era un
señor toro, gigante, enorme, hondo como un pantano y con alergia a la bravura. Se fue al
caballo como un cohete, derribó en la puerta y salió de najas al sentir el hierro. En el segundo
puyazo apretó mentiroso, se fue y Diego lo intentó en un quite por chicuelinas en el que se
vio que se movía sin entrega. El riojano hizo una faena larga, generosa en entrega para
buscar la única tecla del toro. Y acertó al natural en algún muletazo de trazo muy largo y
mandón, pero el astado careció de ese fondo necesario para repetir y entregarse. La porfía
tuvo mérito por el valor y por no venirse abajo el torero a pesar de que el toro podía acabar
engañando a los aficionados. Los aficionados de la cátedra venteña espetaron a un Urdiales
que se volvió a mostrar inseguro con la espada pero que se quedó muy quieto para ligar los
muletazos a pesar de que sabía que el toro a partir del segundo lance pasaba por los tobillos
arrollando sin entrega. Otra vez será.
Lo mejor de la tarde llegó de manos de Antonio Nazaré con el tercero, una faena basada en la
mano izquierda que en San Isidro le habría valido una oreja segura. Pero la frialdad del
ambiente y a lluvia hizo que el público se resguardara del aguacero antes que ver torear al
valiente sevillano. Lo mató de un estoconazo y el señor presidente se hizo el sueco, aunque
por el aspecto parecía de Chamberí.
Eduardo Galló estuvo muy firme toda la tarde, especialmente con su primero, un animal que
se movió sin humillar y con el que se quedó muy quieto. Falló a espadas y perdió la oreja. En
el quinto se fajó con entrega, pero el toro se acabó demasiado pronto y echó la persiana
cuando lo quiso someter.

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