"Es increíble, ni una tanda macho..." Con estas palabras resumía Diego Urdiales la tarde de ayer en Madrid a dos amigos que le transmitían sus ánimos a la salida del ruedo de Las Ventas camino de la furgoneta mientras atravesaba el patio de caballos rodeado por una pequeña multitud de curiosos y admiradores que le pedían autógrafos y poses que el riojano regalaba con forzada pero agradecida naturalidad. Ni una tanda en toda la tarde, ni apenas un muletazo suelto, tan solo dos esbozos de verónicas y una media por el pitón derecho de su segundo Baltasar Ibán y un precioso galleo por chicuelinas para llevarlo al caballo. Se arrancó con alegría éste al picador de turno, pero tras la suerte de varas el toro comenzó a desarrollar sentido y ya en banderilla apenas dejó pasar a los de plata. En la muleta las esperanzas de los que pudiesen imaginar cualquier atisbo de triunfo en el pitón derecho del colorado de Ibán, se fueron diluyendo ante su áspera y bronca embestida. Diego lo intentó por todos los medios, acortando los terrenos, ofreciendo sus femorales, su medio pecho, su alma, su corazón inquebrantable, pero lo más que recibía a cambio eran tornillazos e intentos por arrancarle la pañosa de las yemas de sus dedos, por el izquierdo el panorama todavía era más desolador ya que el toro más orientado si cabe, se revolvía en cada lance en busca del hombre que manejaba los engaños.
Su primero manso, tomó tres puyazos derribando en dos y saliendo de naja en todos ellos, reservón y con peligro, no dió ninguna opción a un Urdiales que no pudo más que estar firme ante su nula condición sin dejarse tropezar las telas y esquivando cabezazos y parones fraticidas.
ASÍ LO VIERON:
El ibán embestía a saltos, alocado, con la cara en sacudida constante por las nubes. Allí había poco que hacer. Diego se puso por los dos violentos pitones.
La mala suerte que tiene Diego Urdiales en Madrid. El cuarto le complicó la existencia con su peligro sordo. Y no tan sordo. Valeroso Urdiales, trató de justicarse con tiempo, pero parece que es torero que a partir de agosto se calienta más al sol de Bilbao.
Tres puyazos se llevó «Agradecido», que rompió plaza, del encuentro con el caballo. Empujó y derribó en los dos primeros, más por la contundencia del topetazo que por su empuje, para salir suelto y coceando del tercero. Animal rebrincado que esperó mucho en banderillas. Continuó manseando en el inicio de faena del arnedano que buscó templar una embestida cada vez más descompuesta y sin recorrido. Protestó en cada uno de los muletazos que le propuso el diestro que, tras probarlo por ambos pitones con oficio, fue presto por la espada. Sin opciones. Tampoco se las ofreció el cuarto, que humilló tanto en el saludo como en el galleo por chicuelinas. Se dolió e intentó quitarse la vara bajo el caballo. Otro toro al que le costó completar el viaje en el último tercio. Sin someterlo en los primeros compases de faena, no mejoró la condición del animal y Urdiales, pese a sufrir dos coladas de entidad, optó por reducir las distancias. Tampoco fue la panacea para sus males y, más orientado, se vio obligado a despacharlo sin margen para el lucimiento.
Diego Urdiales tiene la negra en Madrid. No le embiste un toro. Se aburrió de intentarlo ante un lote infumable por manso y por su mal estilo. El quinto, para colmo, tenía un pitón izquierdo criminal.
El peor lote lo sorteó el riojano Diego Urdiales. Su primero tuvo un comportamiento muy informal. Se movió sin clase y rebrincado. Firme, Urdiales lo intentó a base de no dejarse tropezar los engaños pero los violentos tornizallos del toro le hicieron desistir. El cuarto fue el toro de Ibán más deslucido. Tuvo alegría en sus dos encuentros con el picador pero después el toro desarrolló a peor. Urdiales se salvó de las tarascadas de un animal más pendiente de la anatomía del diestro que de los engaños.
Ahí queda, por ejemplo, el lote que le tocó a Diego Urdiales, rocoso como el pedernal.
… El primero de ayer no solo era un manso de libro que se dolió sin disimulo en banderillas, sino que empeoró su comportamiento a medida que avanzaba la lidia, de modo que llegó a la muleta con los arreones por bandera, con inusitada brusquedad, con la cara por las nubes, buscando el corbartín del torero y dando tornillazos a derecha e izquierda. Y allí estuvo Urdiales, sorteando con dignidad el peligro, como si aquello no tuviera la mayor importancia.
Y claro que la tiene. Ese toro era de los que erosionan y envejecen el alma de los torero; toros que pesan como una losa, y dejan cicatrices aparentemente invisibles, pero que se reflejan después en surcos en la cara y en la derrota del espíritu. Ese de ayer valía por diez y seguro que es de esos que duran mucho tiempo en la cabeza de quien lo tuvo delante y le obligó a acelerar el pensamiento para desterrar agobio tan grande.
No era de mejor talante el cuarto, que cabeceaba con serio peligro, se negaba a obedecer al torero y lo buscaba con la intención cierta de dejarle un negro recuerdo en sus carnes. Afortunadamente, no fue así, y Urdiales salió indemne de la pelea; pero nadie, casi con toda seguridad, le verá el nuevo surco que le ha nacido en la cara.
FOTOS GALERÍA: ÁLVARO MARCOS @AlvaroMarcos75