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Llegaba Diego a Madrid para matar la corrida de Bañuelos, a la que hace apenas unos días veía con ilusión en los campos burgaleses donde pastaba el encierro. Los veía como queriendo adivinar por su expresión y por sus hechuras lo que serían capaces de desarrollar días más tarde en el ruedo venteño.
A la postre Diego Urdiales no pudo estoquear ni uno sólo de la ganadería titular, en el reconocimiento matutino fueron rechazados dos de ellos , quedando la corrida remendada con un par de Couto de Fornilhos. Tras el sorteo al diestro riojano le correspondieron en "suerte" uno de Bañuelos, de nombre Tornillero y otro de Couto de Fornilhos, un mastodonte de 658 kilos, largo, hondo y descastado que nunca quiso seguir los engaños de Urdiales y que acabó desbaratando las ilusiones de un torero que demostró que tiene argumentos suficientes como para no venirse abajo aunque le caigan de golpe los 658 kilos de desesperación de ese sobrero imposible al que algunos al verlo en las manos del torero de Arnedo, que lo quiso torear como si fuese noble y colaborador, les hizo parecer mejor de lo que era. Igual que su primero, un sobrero de Aurelio Hernández, que salió por el inválido de Bañuelos, devuelto en banderillas, acaballado y sin clase que embestía rebrincado cual equino y que buscaba a cada lance el cuerpo de su "oponente". Diego Urdiales desplegó sus argumentos, sus atributos, sus agallas, sus redaños o hablando claro, sus santos cojones. Diego intentó torear a un animal que literalmente no tenía un pase. Se cruzó en cada muletazo hasta el pitón contrario y más allá, para recibir a cambio una tarrascada tras otra, pero él, como si no quisiese ver la cruda realidad le presentaba su muleta generoso y sincero, y de nuevo se aferraba a sus argumentos, sitio y firmeza, cada pase suponía una batalla ganada al albur de unos pitones cuya única intención era hacer trizas el terno verde hoja y oro que estrenaba el bravo torero riojano. El público de las Ventas quiso premiar tal derroche de honestidad, arrojo y compromiso con una ovación casi unánime que Diego recogió con parsimonia y agradecimiento desde el tercio, consciente de que se había impuesto una vez más al destino y sin saber que éste le aguardaba a la vuelta del cuarto para cobrarse la osadía de ser torero y llamarse Diego Urdiales.
No hay tiempo para lamentaciones, ni tampoco nada que lamentar, la realidad es la que es y no hay vuelta atrás, en apenas 48 horas Diego Urdiales se enfrentará en Nimes a la corrida de Victorino, y si como viene siendo habitual los Albaserrada le permiten mínimamente expresar su torería, Diego regresará del coliseo nimeño con sus argumentos más reforzados que nunca y con más ganas de regresar a Madrid en la Feria del Arte y la Cultura y demostrar de nuevo ante los de la A coronada, si es que superan el reconocimiento veterinario, por qué es torero y se llama Diego Urdiales.
FOTOS: CARMELO BAYO
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