Diego Urdiales se anunciaba por vez primera en sus 20 años de alternativa en la corrida extraordianaria de la Beneficencia, Las Ventas a rebosar con el cartel de "no hay billetes" colgado, su Majestad el Rey Felipe VI presidiendo en el palco Real y el rejoneador Diego Ventura abriendo plaza a Julián López "El Juli" y al torero Riojano. Se anunciaron dos de Los Espartales para rejones y cuatro de Núñez del Cuvillo para toreo a pie. A la salida de un par, ya metido en el burladero, Víctor Hugo Saugar "Pirri", banderillero de la cuadrilla de Diego Urdiales sufrió una tremenda cornada en el gluteo. A punto estuvo Urdiales de cortar la oreja de su primero tras una importante faena al de Cuvillo, pero la espada le privó de ello.
ASÍ LO HAN CONTADO
EL ACERO APAGA LA LUZ DE JULI Y URDIALES
Zabala de la Serna -El Mundo-
Diego Urdiales se puso a elaborar un discurso de despaciosidad, muy al aire del toro, sin apretarlo. Con ese clasicismo tan bello y puro. Subió la temperatura su izquierda engrasada. Que sacó la faena de la zona cálida y la introdujo en territorio caliente. Siempre se abría el cuvillo con el metro más que dejaba a Urdiales como fuera de cobertura. Brotó un broche de trincherillas y la torería perpetua. Y dibujó otra despedida enfrontilada, zurda y a pies juntos. La travesía de la estocada que asomó dejó la obra sin recompensa y entre tinieblas.
OTRA VEZ LA MANO IZQUIERDA DE DIEGO
Pablo García-Mancha -La Rioja-
Esparraguero había apretado de lo lindo en el caballo y se comportó de igual forma en la muleta de Diego, que tuvo que reunirse al máximo con él en las dos primeras tandas en redondo, con la sensación clara de que el toro iba por su cuenta sin obedecer nunca el mando que trataba de imprimir Urdiales a su pañosa. Hubo una tercera serie muy profusa, con los pies literalmente enterrados en la arena, que remató con un cambio de manos alargando el muletazo hasta el final; bellísimo el lance. Firmeza absoluta en un toreo de máximo riesgo que precedió a la explosión de su obra, que llegó al natural meciendo los vuelos y pasándose por la faja la imprecisa embestida del toro, que nunca terminó de ir embebido en la franela y que acortaba cada vez más su distancia soltando la cara al final del muletazo. Se presagiaba un nuevo triunfo grande en Madrid por la vía de la colocación y la entrega. Se fue a por la espada y antes de cuadrar al toro se enfrontiló con él con la muleta en la izquierda. El último lance rodilla en tierra tuvo sabor de tauromaquias añejas.
QUE NOS QUITEN LO BAILAO
Alfredo Casas -CASASTORCIDA.ES-
Dispar y fea hechura exhibió el tercero de la tarde, un ‘cuvillo’ de ilustre reata, ancho de sienes, hecho cuesto arriba y despegado del ruedo que, de salida, hizo cosas de burriciego. Y de bruto. Apretó para los adentros ‘Esparraguero’, que terminó cazando a Víctor Hugo Saugar ‘Pirri’ cuando, tras clavar un par de banderillas, se adentraba por la tronera del burladero de la segunda suerte. Casi sin darnos cuenta, el toro propinó una grave cornada de 35 centímetros al eficaz torero madrileño. Encastado, poderoso y desclasado, Urdiales tardó nada más que una serie en apretar las tuercas al díscolo astado. Lo hizo como si nada, con un apabullante dominio y poder. Mano de hierro y ni una sola concesión al toro en la gobernada y sometida tanda de derechazos, rematados por debajo de la pala del pitón, que antecedió al toreo por naturales. Por el lado izquierdo consintió Diego que el toro pasara a milímetros de las espinillas. No por ello perdió su natural asentamiento y encaje. La siguiente tanda fue un prodigio técnico por el modo en que el maestro apretó y soltó las embestidas a su entero antojo. Impuesta su ley, un nuevo encuentro para soltar los vuelos de la muleta y acompasar las repetidoras acometidas. Simplemente soberbio. Cerrado el toro, naturales a pies juntos, una honda trincherilla y un último muletazo por bajo y con la rodilla apoyada sobre la arena que recordaron al gran Sánchez Puerto. Llegado el momento de la suerte suprema, Urdiales atravesó una estocada que hizo guardia. Como diría un castizo: ‘que nos quiten lo bailao’.
Devuelto a los corrales por inválido el sexto, saltó al ruedo un castaño sin cuello de la ganadería de La Reina -propiedad del maestro ‘Joselito’-. Desatadas las gargantas en un ensordecer y cansino griterío -la mecha la prendió un polémico ¡Viva la República!-, el contrariado Urdiales apostó por el desafinado pitón izquierdo de ‘Clarinete’. Algo le vería. Aunque acostado y falto de ritmo, el toro no hizo más que buscar atajos para no desplazarse hasta el final, Urdiales logró empujar las renuentes embestidas gracias a su firmeza y la soltura de su cintura y muñeca. Haciendo un ímprobo esfuerzo por meter al distraído respetable en su labor, el de Arnedo hizo un alarde de colocación con el pecho siempre por delante; también de su milimétrico y sutil manejo de las telas. Una pena que ayer Madrid no estuviera por la labor. O no quisieron o no supieron enterarse. Ellos se lo perdieron.
URDIALES LA CADENCIA
Juan Diego Madueño -El Español-
Diego Urdiales le puso la cosa. La cosa no la tiene casi nadie en casi ninguna profesión. Toreó con la derecha dándole un tiempo. Ligaba sin prisas. Repetía el toro. Había un fleco suelto por el que se veía a Urdiales en el alambre. En esa fragilidad surgen toreros. Qué calidad al natural, tragándole al toro, echándole los vuelos. A mí me conquistaba desde el embroque. Dos veces las puntas perfilaron las espinillas. Había gracia, se quitaba Urdiales chispeándole la personalidad. Un mínimo gesto evitando los garfios cruzados. Iba con todo el cuvillo si veía oportunidad. El final tuvo dos muletazos, genuflexo, colocándose al toro. Como las trincherillas y lo desprecios, toreando, yéndose a coger la espada. El sartenazo fue horrible: me pareció hasta torero.
Urdiales tenía la Beneficencia para agarrarla delante de Juli. Nadie había llegado empatado con el de Velilla guardando una bala. Se sentó de culo el sexto: pañuelo verde. El sobrero era de Joselito —la Reina— y a Urdiales no le gustó. Le costaba perseguir el capote. Dibujó tres verónicas que se emborronaron. Salió del trance el matador chasqueando el látigo. No se cayó Clarinete, lástima, debió pensar. Lo picaron muy bien. Alunizó en el caballo con los pitones tanteando las riendas. Hubo una discusión tremenda a cuenta de una republicana harta. La gente se gritaba mientras Urdiales buscaba algo en las embestidas desganadas de Clarinete. Al natural toreó como los elegidos. “Ábalos, dimisión”. Los aplausos se confundieron con el final de tanda.
Qué bien se la ponía Urdiales. A Clarinete le faltaba celo. Le faltaba de todo. El matador corregía las erratas del comportamiento. O al menos las vestía. No se enteraban los borrachos. La cadencia de Urdiales estaba acompañada por los gritos. Qué coñazo de gente. Toreaba Urdiales para él. Estaba a gusto, como si estuviera solo y llegaran el jaleo lejano de la fiesta de patriotas borrachos apostados al otro lado del muro. Los salvajes no le afectaron. Oscilaba la faena en el aviso. La espada se le fue algo baja: empate.