Diego Urdiales volvió a sortear un lote muy poco propicio para el lucimiento en su segunda comparecencia en la Feria de San Iisdro 2019. Su primero reservón, sin emplearse y sin ninguna entrega y el que hacía quinto con algo más de fondo pero buscando los adentros en cada muletazo y con el que consiguió hilvanar las tandas a base de colocación y consentimiento, para pasar al pitón izquierdo por donde cuajó al de Alcurrucén al natural con varios muletazos de una hondura inusitada.
ASÍ LO HAN CONTADO
UN NATURAL QUE CUENTA UN MUNDO
Marco A. Hierro -Cultoro-
Transcurría -anodino- el quinto acto. Con esa ausencia de brillo tan habitual en las tardes de San Isidro, tan ausente esta feria contra pronóstico. Transcurría tediosa, plomiza, con un alcurrucén tras otro que llegaban hasta once sin que saliese uno medio bueno. El castañito cuerniblanco se iba para adelante sin el ritmo que Urdiales necesitaba en Madrid. Porque de uno en uno es posible que no haya oitro torero que interprete como Diego. Está acostumbrado, además, a hacerlo así
Y mira que es difícil. El toreo 2.0 que llaman por ahí se caracteriza más bien por sacrificar el primer muletazo. Ese es sólo para colocar al toro, para darle inercia o aprovechar la que trae. Es para abrirlo en la línea y dejarlo colocado para traerlo hacia adentro -eso lo borda Ponce- o para afianzarle la voluntad sobre la máxima del ritmo, de la repetición. Pero la pureza... ¡Ay, la pureza! Esa dice que el toreo comienza donde acaba la inercia y para eso no se puede sacrificar muletazo alguno. Y eso lo tiene claro Urdiales, el de Arnedo, que nunca quiso ser de menos ni estar de más. Por eso sabe exactamente quién es y quién quiere ser.
Andaba en esas Diego, en la búsqueda de la colocación más pura, de la entrega de los frentes y los pies en la rectitud del espinazo del animal. Andaba en el enganche sutil para no violentar al animal, en enroscarse todo lo atrás posible el viaje del toro, que no era corto ni largo, sino más bien vulgarón pero humillado y obediente. Esas dos cualidades le bastaban a Diego para proponer el toreo. Y entonces surgió como de la nada. Surgió entre otros de menor calado, pero emergió, en fin, como un fogonazo de ralentizada pasión que se escondía entre el lodazal que pretendía limpiar Diego. Puro. Como siempre.
Porque hace tiempo ya que decidió ser César o no ser nada, y podría no ser nada cuando el olvido lo alcance, pero pudiendo ser César... ¿Para qué arriesgarse a que lo atrape el olvido? Sólo teniendo activo ese mundo interior que desveló el natural, sólo latiendo naturales para transparentar su fondo es feliz Urdiales, el de La Rioja. Y no hacerlo así significaría no ser nada.
MENOS ES MÁS
Alfredo Casas -CASASTORCIDA.ES-
El segundo en el orden de lidia, estrecho de sienes, zancudo y montado, desarrolló una locuna y desclasada movilidad. Poseído por su aspereza y fondo de genio, ‘Socarrón’ no hizo más que picar por dentro, defenderse y salir por encima del estaquillador de la templada y calibrada muleta de Diego Urdiales. Escrutaba el asentado diestro riojano las opciones del bruto y descompuesto pitón izquierdo, cuando el toro se afligió y arreó un seco derrote que propició el desarme. Entonces, Urdiales le dio por bajo un merecido escarmiento de castigo. Por cabrón. Bien merecido lo tuvo. Cinqueño, alto de cruz, montado y silleto, el descastado quinto se aburrió en el peto del caballo y, si bien descolgó ante el preciso capote de Víctor Hugo Saugar, lo cierto es que no quiso ir hacia delante. Pareció que le costaba apoyar las manos. Armado de paciencia, Urdiales le fue construyendo un sobrio y técnico trasteo. A fuerza de apretarle las tuercas, imponerle el ritmo y medirle al milímetro cada arrancada, logró Diego esculpir una serie de naturales con el hocico literalmente cosido a los vuelos de su pañosa. Qué verdad es que, en el toreo, menos es más. Por la renuente condición de su astado, dos ralentizados y hondos derechazos resultaron como una bocanada de aire puro; después el toro no quiso más que buscar atajos para no consentir la voluntad del exigente trazo de los muletazos. Y miren que se lo puso fácil. Por rúbrica unos naturales a pies juntos, rematados por debajo de la pala del pitón, rebosantes de naturalidad. Como colofón, la estocada de la feria. Por tardar el toro en doblar las manos y por levantar el tercero al toro con la puntilla, se esfumó la posibilidad del trofeo.
EL POSO DE URDIALES PESE A ALCURRUCÉN
Gonzalo I. Bienvenida -Aplausos-
Un colorado, ojo de perdiz, estrecho de sienes, fino en sus hechuras y en sus astas hizo quinto. Un dije. Pasó desapercibido en los primeros tercios pero Urdiales había visto su fondo. Se fue apagando la embestida pero no la calidad de su voluntad para ir hacia delante. El inicio de Urdiales tuvo torería, todo para el toro. Le buscó las vueltas en distintos terrenos con la idéntica fórmula del temple en todas las ocasiones. Fue una labor de paciente buscando el muletazo perfecto entre otros de tipo preparatorio. Hubo derechazos fantásticos acompañando mucho, también trincherillas aisladas con mucho sabor algún natural.
"CÁLIDA Y CLÁSICA FAENA DE DIEGO URDIALES"
Zabala de La Serna -El Mundo-
Diego Urdiales quiso hacerle las cosas bien hechas a aquella bondad inconstante. Convenciéndose lentamente de poder hacerlas. Desde el embroque de su derecha a su izquierda de pulso, la viga maestra de la maestría imbuida y asumida. Urdiales en su papel. A pies juntos la sutileza de los naturales enfrontilados, en las yemas el cuello portentoso del tronco de Limonero. Una trincherilla fue un fogonazo sutil; la estocada, un certero cañonazo. El final de una cálida y clásica faena. La admiración sucumbió antes que el toro, remiso a oír el cascabeleo de las mulillas. Cayó la ovación solemne tras los avisos puntuales.
UNA SORDA FAENA DE URDIALES...
Paco Aguado - EFE.-
Una más que estimable y meritoria faena de Diego Urdiales, que fue el momento de mayor interés de la corrida de hoy en San Isidro, pasó sin eco y casi desapercibida para un público aplanado por el desesperante y manso juego de los toros de Alcurrucen.
A esas alturas del festejo, la lidia del quinto de la tarde, el ambiente transcurría entre una profunda decepción, en tanto que los cuatro serios ejemplares anteriores de los hermanos Lozano o bien se habían rajado más o menos claramente o no habían tenido ni raza ni fuerzas para embestir con un mínimo de emoción.
Ese segundo del lote de Urdiales, abanto de salida e igual de negado en varas, estaba repitiendo el guión de sus hermanos, dejándose solo un mínimo fondo de casta para moverse insulsamente tras la muleta.
Pero esta vez la impecable técnica muletera del riojano, que se define por majenar con una precisión absoluta el vuelo de la tela roja, fue consiguiendo, ya desde los primeros compases del trasteo, centrar y encelar algo más al animal que, aunque sin humillar, siguió por eso el trazo de los pases con cierto recorrido.
Contó para ello, definitivamente, lo fácil que se lo puso su matador, que acertó de pleno con las coordenadas de altura y espacio de los cites para que los pases con ambas manos surgieran limpios, templados y algo más largos de lo que en principio quería el animal.
La cuestión es que tan impecable trasteo no acabó de calar en el aplanado tendido de Las Ventas, más por la poca transmisión del toro que por el buen gusto y la torería del diestro riojano, que siguió apostando y alargando el trasteo en busca de ese reconocimiento que solo llegó, en forma de una fuerte ovación, cuando acabó con el de Alcurrucén de una gran estocada.
Ya se lo había puesto antes igual de fácil al segundo, aún más deslucido, pues no quiso nunca descolgar su serio testuz más allá de la altura natural, por lo que Urdiales no le dedicó tanto tiempo como al quinto.
EL OASIS DE DIEGO ANTE LA MANSADA
Patricia Navarro -La Razòn-
En medio de este delirio de mansedumbre apareció Diego. El mismo que con aquel quinto, reservón, a la espera, que pasaba por allí... le hizo las cosas muy bien. Imperceptible para la masa, escrupulosamente necesario para los amantes del toreo. Urdiales se puso a torear en mayúsculas a pesar de todo. A pesar de que el toro poco decía, a pesar de que la arrancada la cargaba por dentro, a pesar de que el público, que llenaba la plaza, ignoraba, o eso parecía, casi todo lo que pasaba allí. Y no era emocionante, no rozó lo volcánico en ningún momento, pero no todas las tardes se ve ir a un toro con la convicción y la verdad, sin tomar el pulso antes y sin tirar de los recursos. A la aspereza que tenía el toro le administró suavidad, cercanía, plomo en las piernas para no lamentarse entre las estrecheces, el pecho por delante, el medio pecho para afinar, las plantas, las dos atalonadas, y ese canto al clasicismo. Los naturales a pies juntos y el intento de ayudados genuflexo del final. No hubo triunfo, sí torería. Pero el toro, además de todo, por demás de todo, era soso, de poca transmisión. La espada, a la primera y en lo alto, hundió. Cerraba una faena tan silenciosa como torera. La muerte digna y la ovación sincera.