Diego Urdiales regresa este sábado al país galo, concretamente a la villa de la Bréde para estoquear un encierro de Adelaida Rodríguez junto Al Zapata y Julien Lescarret, tras casi un año de ausencia pese a triunfar con fuerza en sus dos últimas actuaciones en suelo francés, cortando dos orejas en Dax a los Victorinos y en Arles cortando un apédice a un toro de La Quinta en la denominada "faena callada".
Artículo publicado el 15 de septiembre de 2010 por Daniel Hernanz en Burladero.com
LA FAENA DE URDIALES
Hay faenas calladas, o secretas dicen, y otras que no deberían serlo y lo son. Las que, pese a aflorar en plazas de categoría y con un toro de ídem, se pierden por las orejas del compañero, por la mala espada, por públicos que sienten en sueco o simplemente por el día de la semana. Que encima hay que ser oportuno y evitar quedar enterrado entre los escombros de fechas tan taurinas como las de la Virgen de septiembre, con toros hasta debajo de las piedras.
La faena de Urdiales en Arles no cayó en domingo sino en viernes y fue víctima de todo un poco. El zarpazo del "consentido francés" Alberto Aguilar la empujó fuera del titular. Un golpe de descabello y el terremoto informativo de sábado y domingo, la sacaron de la circulación antes del lunes. Pero el vídeo, que tampoco es el algodón del anuncio, no engaña en este caso. Basta un minuto para advertir su categoría y no dejarla morir de hoy para mañana.
Puestos en cuarentena los toreros que necesitan un toro que se mueva, que no pare de menearse esperando que el guión lo ponga y lo sostenga el animal todo el tiempo, el de La Quinta que cuajó Diego valió poco. Ni se paró ni se movió. Una cosa difusa, molestita al principio, desentendida luego. Ese toro medio de Santa Coloma por el que nadie se parte la camisa. En frente, el arsenal técnico del riojano fue sobresaliente, tan exquisito y poco protagonista como imprescindible y bien traído. Impropio de un torero de duras al que habrán intentado endosar a menudo la venenosa etiqueta de "especialista". Su suerte, es la clase que lo salva y lo promociona. En Arles, en Bilbao con la corrida del Puerto que preparó en tres horas o en Madrid con aquellos toros de Carmen Segovia.
Lo de Arles fue caviar hasta el postre, donde sirvió el torero sabrosísimos molinetes, trascendiendo el recurso y el trallazo, mimando la forma de entrar y salir del toro, de contar la historia. Toreando, en definitiva. Pero me da que el de Arnedo no mea colonia, ni encadena rancios abolengos en su apellido ni luce esa media melenita que abre los carteles artistas. Su primera tarde en Logroño, con la corrida de El Pilar y colocado entre los dos toreros de Curro Vázquez, no debe entenderse como una concesión localista. Al contrario, parece un buen precedente.