Domingo, 12 Octubre 2014 06:50

OREJA EN ZARAGOZA Y DIMENSIÓN DE FIGURA

Quizás la oreja cortada por Diego Urdiales en la penúltima de la Feria del Pilar de Zaragoza haya sido una de las orejas más costosas de las que ha cortado el diestro de Arnedo en su carrera como matador de toros, no por la condición de su primer Juan Pedro, muy venido a menos y sin humillar, sino por el escenario en el que se produjo tal circunstancia, colocado entre dos figuras del toreo Enrique Ponce y Alejandro Talavante a los que brindó la muerte del mismo, solo Diego Urdiales y su apoderado Luis Miguel Villalpando conocen el tortuoso camino sin retorno que han tenido que transitar hasta verse anunciados en un cartel como el de ayer. Un camino que podía haber sido mucho más corto en la distancia y en el tiempo, pero no en la dirección ya que ambos han tenido muy claro desde un principio el rumbo a seguir, sacrificando contratos y reclamando dignidad para llegar al punto donde hoy se encuentran, tras finalizar con 11 festejos la temporada más exitosa en sus 15 años de alternativa.

La oreja de su primero sabía a Gloria, pero lo que verdaderamente fascinó al público que abarrotaba el coso de Pignateli fue la dimensión de torero que dejó plasmada Diego Urdiales desde que puso el pie sobre la arena, todo torería, despaciosidad, pureza en sus formas y rotundidad en sus modos. Manejó el capote con gusto y compás a la verónica en sus dos toros, rematando con la media a la cadera, quitó por delantales mecidos y por chicuelinas de mano baja y apretadas y comenzó con estatuarios en el tercio para sacarse al toro a los medios con gracia y garbo.

Quiso templar por el derecho a su primero en el centro del platillo, pero el Juan Pedro arrollaba sin entrega. Cambió de mano Urdiales y brotaron los naturales limpios y templados, el toro sin humillación no acababa de tener finales y Diego en un final de faena con mucho sabor se enfrontiló a pies juntos y nos regaló muletazos de extrema pureza, llevando la embestida del Juan Pedro hasta donde ni el propio toro imaginaba. La estocada en todo lo alto, fue ejecutada con similar pureza y el toro rodó sin puntilla.

Su segundo se acabó apenas se vio obligado por la poderosa muleta del riojano y además de no querer pasar, buscaba el cuerpo del torero con saña a mitad del viaje. Urdiales volvió a pisar los terrenos de la verdad y con un aplomo sereno y consciente le fue sacando lo poco que tenía el animal. Una ovación recogida desde el tercio fue el premio con el que la afición maña premió la labor de Diego Urdiales y otra más contundente y cariñosa cuando abandonaba la plaza confirmaba la dimensión de figura que el arnedano había dejado para el recuerdo en las retinas de la afición aragonesa.

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