Diego Urdiales hacía ayer en las Ventas su primer paseíllo de la temporada, y lo hacía como si no hubiese existido para él invierno alguno, como si la Goyesca del 2 de mayo en Madrid fuese un epílogo de la Semana Grande bilbaína a finales de agosto o una continuación de la feria de San Mateo de Logroño en plena vendimia riojana, y así con esa seguridad y confianza con la que pisa la arena cenicienta de Vistalesgre o la tierra caliza de La Ribera, pisó ayer Diego Urdiales el ruedo venteño por el que antes de la corrida habían paseado aficionados y curiosos.
Y con ese aplomo y esa convicción que dan el saberte preparado, le presentó el capote a su primero, para robarle un ramillete de verónicas mecidas y acompasadas rematadas casi en la boca de riego. El de Lozano Hermanos apretaba hacia los adentros en banderillas y tras brindar su muerte a José Miguel Arroyo "Joselito", le plantó la muleta por el pitón derecho con los talones asentados y sin apenas importarle que las violentas embestidas del burel apuntaran indiscriminadamente a la hombrera, al antebrazo o a la yugular. Diego no dudó ni un segundo y le buscó el pitón contrario a cada paso, hasta lograr arrancarle tres muletazos ligados con ese sabor añejo, esa hondura y esa cadencia en el embroque que parecen que se alargan a medida que Urdiales los suelta con los vuelos y los vuelve a recoger para componer el siguiente.
Por el izquierdo la cosa empeoraba y a la violencia de las acometidas se unían los parones, las tarascadas y el viento implacable que impedía el gobierno de la pañosa, pero el de Arnedo, fiel a sí mismo, volvió a pisar los terrenos prohibidos con una serenidad y mesura solo al alcance de los elegidos.
Regresó a la mano diestra consintiendo y dejándose llegar al de Lozano Hermanos para de nuevo convertir las violentas acometidas en templados muletazos permitiéndose incluso el lujo de rematar las series con molinetes de una torería tal, que hacían recordar las antiguas tauromaquias de Belmonte y Joselito que estos días se exponen en la sala Antonio Bienvenida de las Ventas.
Faltaba la espada para redondear la faena y Diego Urdiales se fue tras ella metiendose literalmente entre los pitones del animal, para dejar un espadazo que hizo rodar al toro. Los pañuelos asomaron en los tendidos pidiendo la oreja para el torero riojano, pero el presidente decidió que no eran suficientes y Diego Urdiales dió una vuelta al ruedo que tiene el valor de un valioso trofeo conseguido.
Su segundo fue un manso que se desentendió de todos y cada uno de los tercios y que en la muleta añadió a dicha condición la falta de fijeza y la escasa voluntad, Urdiales lo intentó en los medios y en el tercio, pero esta vez el viento se tornó en vendaval y la muleta paso de vertical a horizontal haciendo totalmente imposible presentarla con garantias. De nuevo le funcionó la espada a Urdiales que fue silenciado tras el arrastre del animal.