La suerte es un componente añadido que adorna cualquier vida y mucho más la de un torero. Ayer en Madrid, ante un desigual encierro de Victorino Martín en cuanto a hechuras, presentación y juego y acompañado de Anotnio Ferrera y Alberto Aguilar, que cortó la única oreja de la tarde, Diego Urdiales se volvió a llevar el peor lote.
Después de ver la forma de humillar del primero de la tarde con el que Ferrera escuchó palmas, todos, hasta el propio Urdiales, albergábamos la esperanza de que la corrida se desarrollase en ese tono, pero Minoico, que así se llamaba el segundo, más que justo de presentación pero con dos pitones de respeto, embestía con la cara a media altura, gazapeando, sin entregarse y parándose en mitad del muletazo, a lo que hay que añadir el plus de que por el pitón izquierdo no tenía ni un pase. Aun así el riojano lo intentó e inclusó se gustó en un inicio de faena poderoso y por bajo que destiló el aroma del buen toreo clásico. Lo mató a la tercera con una muerte espectacular.
Con el quinto, un animal un tanto desrazado y que apenas fue picado, más de lo mismo. Después de brindar al público y tras un inicio de faena nuevamente espectacular donde se mezclaron el mando y el duende de la torería, el toro literalmente se quedó de piedra. Ya había anunciado su poca codicia y al final terminó por pararse definitivamente. Urdiales lo intentó todo, incluso le sacó algún natural más que notable al ralentí, se arrimó, se puso entre los pitones, se rozó los muslos con ellos, y estuvo más profesional, más torero y más digno de lo que el toro merecía, máxime cuando sabía positivamente que no obtendría el agradecimiento del público. Finalmente lo mató de pinchazo hondo y estocada.
Diego Urdiales ha terminado su ciclo en Madrid, pero la temporada no ha llegado ni siquiera a su zenit, quedan muchas plazas y muchos toros por torear y llegarán los triunfos, eso seguro.