Crónica de Pablo García Mancaha en Diario La Rioja
 A veces explicar en qué consiste el toreo resulta una tarea ociosa.  Torear, para que se sepa, es adelantar la muleta, sentirla con la yema  de los dedos, echar los vuelos y coser la embestida a los flecos finales  de la pañosa para llevar al toro a ese lugar que en el que suelen  crujir las aficiones porque toreando así se acelera el corazón, se  producen raras convulsiones y finalmente se agita el alma. Ayer, Diego  Urdiales, en la calurosa plaza de La Brède, estuvo a punto de lograr ese  paraíso en su primer toro en una faena medida y mecida, labrada con un  inicio primoroso por alto en el que logró dos trincherazos de cartel  ligados con un pase de pecho largo y profundo que presagió una faena de  cante grande. Pero el toro, hondo y un tanto encogido, no tenía en su  corazón más que medias arrancadas y Diego logró entenderlo en una faena  de exposición, en una labor esculpida a base de una colocación  envidiable en la que no le quedó más remedio que acariciar al toro para  ayudarle a acercarse con su peculiar embestida adonde no quería -ni  podía- llegar. Pero le dio igual al arnedano y sacó en ese momento el  fabuloso arsenal técnico que posee. El medio pecho por delante,  colocación perfecta en el pitón contrario, la distancia precisa... Y la  faena comenzó a surgir como por ensalmo. Primero a media altura y sin  obligar, y al final, ya por abajo, rematar las tandas y obtener un fajo  de muletazos hondos que calaron definitivamente en la afición francesa,  más preocupada por la continuidad que por el verdadero toreo.  Exactamente lo contrario a lo que había hecho Diego Urdiales hizo el  local Julien Lescarret en el único toro realmente bueno de la corrida,  el sexto, el más bello a pesar del bulto que tenía en la badana. Se  vivió en La Brède un milagro realmente llamativo: dos orejas sin dar un  muletazo a derechas, sin ligar dos lances, sin parar quieto ni una sola  vez. Pero Lescarret era de casa y tuvo la diosa fortuna de cara a pesar  de que su actuación hubiera sido silenciada en cualquier otra plaza del  mundo. El segundo toro del lote de Diego Urdiales fue muy deslucido: un  animal con presencia y cuajo que no le permitió al torero riojano  redondear la importante faena lograda con el primer astado. Sin embargo,  el cartel del arnedano sale de nuevo reforzado de Francia, una tierra  en la que va dejando en cada corrida ese sentido del toreo que posee y  que ya le espera para la gran corrida de la próxima feria de Dax ante  toros de Victorino Martín.

 
													 
													 
			 
			 
			 
        










 
												
												
						
					 
												
												
						
					 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													